D esde la instauración forzosa del sistema neoliberal chileno, el mercado ha buscado colonizar, en un doble movimiento, todos los aspectos de la vida. Por una parte, se ha permitido la apropiación privada de bienes cuyo valor es producido de forma natural o común y, por otra, ha asignado valor monetario a bienes cuyo valor no es traducible en esos términos.
Los múltiples focos de conflictividad social que encontramos en Chile son, en parte, efecto de este doble movimiento y expresan una sociedad que demanda acceso equitativo a la ciudad, a la cultura y al patrimonio, que boga por la conservación de sus ecosistemas, que reclama soberanía sobre sus recursos naturales y que se rehúsa a comprender la educación como un bien de consumo. La reacción del sistema político se mantiene invariable en su negación a las alternativas que las comunidades y actores sociales proponen.
Las comunidades conflictuadas por la apropiación privada de bienes comunes, han elaborado reflexiones y prácticas que, en potencia, contienen un cuestionamiento radical al modo de acumulación capitalista. No se oponen solamente a los excesos de un sistema corregible con regulación estatal. Al contrario, construyen una visión genuina, distinta a la imperante, cuyo potencial consiste en la articulación de otra manera de vivir juntos. Se trata de compartir experiencias, relevar lo común y, en conjunto, construir voluntad. Son estas reflexiones y prácticas las que permiten el diálogo entre sujetos subalternos que se constituyen en oposición a quienes mercantilizan la naturaleza y los suelos, se apropian del conocimiento y limitan su circulación, y que hacen de los derechos sociales un objeto de lucro.
El verdadero significado de la riqueza no cabe en el campo visual neoliberal. Hay un sinfín de valores que afloran al hablar de bienes comunes que son soslayados por la economía convencional; como el valor de la democracia y de lo social, de lo ético y lo cultural, así como el valor de la naturaleza y de los ecosistemas. Esta visión del mundo que expresan las comunidades movilizadas está en constante lucha por reconfigurar conceptos como justicia y eficiencia, como también por reconfigurar los distintos territorios donde se despliega la vida.
Pensar los bienes comunes nos permite observar la realidad de un modo disruptivo y creativo, nos obliga a escapar del restrictivo binomio de lo público y lo privado, nos moviliza a reentender la idea de propiedad, y nos lleva a imaginar y ensayar nuevas formas de gestión de nuestros recursos. En definitiva, nos permite retomar la idea de un horizonte radical de transformación que se construya a partir de las luchas concretas de los movimientos que cohabitan en oposición y resistencia al neoliberalismo en nuestro país.
Mientras las fuerzas de cambio no construyamos una visión que cuestione en todas sus dimensiones el modo de producción imperante, no seremos reconocidos como una real alternativa política. Es y será labor de las fuerzas sociales que transformarán este país, imaginar ese proyecto que prefigure un nuevo mundo.