por Nicolás Romero, Joaquín Vásquez y Pascal Volker.
Fundación Decide
Cuando hablamos de territorio nos referimos a una dimensión específica no reducible a la noción de “espacio”. Entendemos al territorio como la socialización del espacio o, si se prefiere, la espacialidad de lo social.
A nuestro entender, el objetivo estratégico de las fuerzas emergentes pasa por incorporar dentro del desarrollo de un proyecto político nacional, la consolidación, promoción y densificación de proyectos portadores de nuevas relaciones sociales que, enfrentando las diversas formas de dominación (capitalistas, patriarcal, racial, etc.), avance en la construcción de un país más justo y feliz. Frente a las diversas formas de subordinar la vida a los estrechos intereses de la acumulación capitalista, y aprovechando la ventana de oportunidad que se ha abierto en la disputa política, planteamos la necesidad de construir un proyecto popular solidario, feminista, sustentable y justo.
El capitalismo es hoy en día el articulador de algunas de las principales formas de dominio. Por ende, es nuestro principal adversario. Podemos comprender a dicho sistema como un conjunto de dinámicas histórico-políticas orientadas a modelar el conjunto de relaciones que constituyen la sociedad (económicas, políticas, sociales y culturales) para colocarlas al servicio de la acumulación del capital. En tanto proceso histórico complejo, el proceso de formación capitalista a escala global y nacional no puede ser sólo reducido al proceso de explotación directo de la fuerza de trabajo en el espacio de producción directa. De la misma manera que desde el feminismo se ha denunciado una lectura unilateral que no considera trabajo a las tareas reproductivas (y por ende, excluye del análisis relaciones sociales de producción) que articula el patriarcado para fortalecer los procesos de formación capitalista, urge actualizar nuestra observación sobre el capitalismo incorporando los valiosos aportes desarrollados en el ámbito de lo territorial. Esto nos permitirá profundizar y enriquecer la comprensión del modelo que deseamos superar. El presente ensayo busca entregar luces sobre esta dimensión, sobre lo territorial.
En la última década, en Chile hemos vivido un renacer de la conflictividad y desarrollo de incipientes proyectos alternativos a nivel de los territorios. Fue el caso de Freirina, Chiloé, Aysén y Magallanes. Es también el caso de Tomé, del proyecto la Maestranza de Ukamau, de los procesos de autogestión del Movimiento de Pobladores en Lucha y de No a Alto Maipo. En todo estos, la disputa es por una recuperación del valor de uso de nuestros bienes comunes (barrios, ríos, patrimonio, energía, etc.) amenazados por los proceso de mercantilización. Si bien constatamos un aumento de la conflictividad urbana, socioambiental y regional, aún no existe una articulación nacional de “lo común” que nos permita hablar de la emergencia de un proyecto político alternativo. Esto se explica en parte por la fragmentación y aislamiento de las comunidades en conflicto, su baja articulación nacional con otros procesos sociales, así como por la ausencia de un modelo de sociedad que pueda ser una alternativa real (en términos políticos y económicos) al neoliberalismo. El aporte de estas luchas a la formación de proyecto político alternativo es algo que está por verse, y en el actual escenario requerirá de un diálogo y aprendizaje entre estas y las nuevas formas políticas emergentes. La última parte de ensayo busca entregar luces para orientar dicho proceso.
El territorio como campo de disputa
Cuando hablamos de territorio nos referimos a una dimensión específica no reducible a la noción de “espacio”. Entendemos al territorio como la socialización del espacio o, si se prefiere, la espacialidad de lo social. El territorio nace cuando en un espacio y tiempo determinado existe una comunidad que lo habita y es en esta interacción desde donde emergen relaciones sociales que nos constituyen como sociedad e individuos. El territorio nos remite primariamente a un conjunto de relaciones sociales (productivas, políticas, simbólicas y culturales) que se delimitan y densifican en una comunidad que habita un espacio determinado. De allí que el territorio nace de la interacción humana con el mundo, y en él transcurre nuestro desarrollo como sociedad. El territorio nos remite necesariamente a una dimensión social (relaciones sociales) y material (sujetos de carne y hueso, objetos y la geografía).
El proceso anterior se encuentra configurado, al igual que toda actividad humana, por relaciones de poder. La apropiación de dinámicas espaciales y sociales -la supresión de algunas y la reproducción de otras- es la actividad propia de los actores hegemónicos en un contexto determinado. De la misma forma que un pueblo que habita un territorio (como el pueblo mapuche) articula una relación con este en función de intereses y cosmovisiones, los actores hegemónicos en el Chile actual han destruído y constituido nuevas relaciones territoriales funcionales a su proyecto. Todo proyecto dominante desarrolla una estrategia de destrucción y construcción de territorialidades, y en el seno de estas se articulan relaciones sociales de producción y situaciones de enfrentamiento. De lo anterior se deriva la necesidad para las fuerzas subalternas de saber leer esta estrategia, para desde dicha lectura apuntar a una estrategia propia de reconfiguración de las territorialidades.
Territorio y capital
La creciente conflictividad territorial en Chile se explica, en parte, por el rol determinante que lo espacial adquiere en las dinámicas económicas neoliberales. En estas el territorio se hace más complejo, ya no sólo es receptáculo y aglutinador de relaciones sociales, sino también es subsumido en la dinámica capitalista y contribuye a sus procesos de valorización. De esta forma, el capital se orienta para adaptar los procesos de configuración territorial a los requerimientos de producción y reproducción de valor. Ya sea en el desarrollo urbano-regional, o en las diversas formas de industria extractiva, el capitalismo actual requiere realizarse (generar liquidez) permanentemente. Es el capital, entonces, el principal ordenador territorial, a la vez que requiere de esta para su propia expansión. Citando al geógrafo marxista David Harvey: “crea un paisaje físico a su imagen y semejanza, sólo para destruirlo después”.
Comprender lo anterior implica superar una visión estrecha que reduce la producción a los procesos de explotación directa que ocurren en la fábrica o a la situación de asalarización. Las condiciones de desarrollo de un capitalismo periférico y dependiente con una fuerte orientación financiera, lo empuja crecientemente a intensificar la explotación sobre las diversas dimensiones de la realidad y en particular sobre los bienes comunes.
Pero este proceso no ocurre por el curso de una ley natural, su desarrollo ha requerido una iniciativa política de largo aliento sustentado en un pacto oligárquico. El sometimiento de los territorios a los intereses del gran capital, y por ende la expropiación de la soberanía de las comunidades que en ellos habitan, es parte de una estrategia capitalista de reconfiguración de las territorialidades que se renovó en la dictadura militar y que fue impulsado por la oligarquía desde el Estado neoliberal. De allí que la acumulación originaria en dicho periodo no sólo se tradujo en procesos de privatización de empresas. Iniciativas como las de la Política Nacional de Desarrollo Urbano (1979), el Decreto Ley de Fomento Forestal (1974), entre otras, buscaban fomentar la explotación de bienes comunes a partir de una reconfiguración de las territorialidades. Lo anterior fue posible por el inmenso poder concentrado en un Estado centralista y autoritario, herramienta que permitió la implementación de reformas para el gran capital en desmedro de las autonomías de las comunidades.
Es importante destacar, sin embargo, que la dimensión territorial de la acumulación originaria, no se reduce a los años de instalación del modelo neoliberal. El modelo de negocios centrado en una política extractiva, demanda constantemente el apoyo estatal para su mantenimiento y profundización. La progresiva privatización de los procesos de construcción de viviendas sociales y más recientemente, la demanda de facciones empresariales vinculados a la gran minería por los elevados costos de la energía (que se ha traducido en una reforma energética) son ejemplos de la estrecha relación entre crecimiento económico e intensificación de la explotación de bienes comunes.
En la medida que estos procesos se aceleran y se confrontan con los intereses de quienes habitamos los territorios, como ha ocurrido en la última década, el territorio comienza a ser tensionado por situaciones de enfrentamiento. En torno a estas se comienzan a redibujar los límites y usos del territorio en disputa, y en ellas se expresan diversas estrategias para enfrentar dicha situación. Si bien en la última década y principalmente en el ámbito socioambiental, la estrategia capitalista ha enfrentado procesos de resistencia que han logrado detener algunos mega proyectos, golpeando así la ganancia capitalista, aún no se ha configurado una capacidad política propia que permita transitar desde la resistencia hacia un ejercicio efectivo de un control popular, nacional y comunitario sobre los territorios. La ventana de oportunidad y el florecimiento de fuerzas emergentes, constituyen una posibilidad histórica para a partir de un diálogo y apoyo mutuo, construir una estrategia nacional de disputa territorial que apunte a la superación del neoliberalismo y al desarrollo de un proceso de autonomías territoriales para el buen vivir.
Territorio y estrategia
A continuación enunciamos brevemente 3 líneas en torno a las cuales se puede abrir un debate estratégico entre las fuerzas emergentes y las comunidades territoriales en disputa a lo largo y ancho del país.
Primero: Actualización de la lectura sobre formación económico social
El presente artículo busca relevar la relevancia estratégica que tanto las teorías críticas territoriales como las experiencias de lucha recientes tienen para el fortalecimiento de una visión de mundo de las fuerzas transformadoras.
En primer término, porque las izquierdas requieren actualizar su análisis sobre las condiciones de origen, desarrollo y crisis de las formaciones económico sociales en el capitalismo, y para eso las teorías críticas territoriales son de gran ayuda. Esto porque en el campo de fuerzas emergentes abundan las lecturas parciales que enfocan su análisis de manera unilateral en los proceso de estratificación social, explotación en la fábrica o mercantilización de servicios, desatendiendo rasgos territoriales que son claves para comprender realmente a qué nos enfrentamos. A estas alturas es insostenible realizar un análisis crítico del neoliberalismo chileno sin colocar en el centro la base extractiva de nuestra economía. Si no se critica el agravamiento de las condiciones de dependencia a las economías centrales que ha generado este modelo, sumado a los catastróficos efectos socioambientales, no habremos dado un paso en la disputa real a las formas de dominio capitalista. A su vez y luego del agotamiento de los gobiernos progresistas en latinoamérica, ya no es sostenible un modelo de desarrollo pretendidamente alternativo que sólo se sostenga en la promesa de redistribución a través de derechos sociales sin cuestionar las formas de producción sobre las cuales este proceso se sostiene. El agotamiento del neoliberalismo es una oportunidad histórica para transitar hacia nuevas formas de producir la vida, y para eso requerimos actualizar nuestra lectura sobre las proyecciones y limitaciones de las formaciones capitalistas y de los proceso históricos recientes que han intentado enfrentarlo.
Segundo: Análisis de experiencias territoriales para el desarrollo de nuevas formas de organización de la vida
Es en las dinámicas territoriales locales donde se están desarrollando ejercicios efectivos de soberanía que buscan constituir una alternativa al modo de vida capitalista. Experiencias como las economías solidarias, el trabajo cooperativo y las economías verdes buscan fortalecer una capacidad económica propia de una comunidad y progresivamente a lo largo del continente, buscan expandirse generando dinámicas de control territorial. Durante el siglo XX, tanto la tradición revolucionaria como la socialdemócrata apuntó a la conquista del poder estatal, para desde allí socializar los medios de producción. Estas apuestas no tuvieron tanto éxito en su intento por transformar permanentemente la sociedad, y en muchos casos terminaron contribuyendo a la consolidación de la economía-mundo actualmente existente.
Esto se explica en parte porque, en el escenario internacional, los Estados nacieron y siguen alineando sus intereses con los de la economía-mundo capitalista. De allí la relevancia estratégica de -paralelo a la disputa política por la institucionalidad- apuntar al fortalecimiento de autonomías territoriales que, apoyándose creativamente en dicha disputa institucional, vayan articulando una alternativa que cuestione el monopolio de la acción estatal y reivindique formas de organización comunitaria.
Tercero: Reconstruir la relación entre fuerza políticas y luchas sociales
Lo anterior requiere una revisión profunda de las formas de acción política que se despliegan desde las alternativas de izquierda. De la misma manera que estas prácticas de autonomía no podrán enfrentar en condiciones de aislamiento una lucha política y económica contra el neoliberalismo, las izquierdas emergentes no pueden construir una relación puramente instrumental con estas experiencias. Toda territorialidad implica una temporalidad, un tiempo vivido, asociado al habitar o al ejercicio de dominio sobre un territorio. En muchas ocasiones los tiempos de la disputa institucional no serán los mismos que los de la construcción de experiencias de autonomías. De hecho, en periodos políticos tenderán probablemente a distanciarse. Allí se requieren formas de articulación que sean capaces de convivir y fortalecerse, que busquen irradiar sus aprendizajes a nuevos actores sociales y no quedarse encerradas y atomizadas en sus prácticas, generando una amplitud capaz de disputar realmente el modelo económico neoliberal.
De la misma forma que estas prácticas de autonomía no podrán enfrentar en condiciones de aislamiento una lucha política y económica contra el neoliberalismo, las izquierdas emergentes deben construir una relación simbiótica con estas experiencias, superando prácticas instrumentales.
La articulación virtuosa entre experiencias de resistencias a escala territorial (local, regional, nacional), y fuerzas que impulsan situaciones de enfrentamiento al poder en el ámbito institucional, permitirá construir una estrategia general de enfrentamiento al proyecto oligárquico. La situación política en el actual periodo nos otorga condiciones favorables para avanzar en estas líneas, no las desaprovechemos y demos un primer gran paso para contribuir, desde las disputas territoriales, a la salida y superación de la larga noche neoliberal.