Por equipo Revista Entorno
A semanas de culminar el proceso de educación y deliberación política más importante en la historia de Chile, constatamos -con asombro en algunos casos- la mediocridad intelectual de muchas de las mentes que sustentaron cultural y políticamente la transición a la democracia. Lo llamativo no es la posición política en sí que han tomado (rechazo, rechazo para reformar, apruebo para reformar), sino sus argumentos, su pobrísimo acervo conceptual y su comprensión de la realidad social, geográfica y natural del país rayana en el delirio.
La caricaturización -y espanto- de Warnken et al. de nociones como plurinacionalidad, maritorio, disidencia sexual, igualdad sustantiva, ‘función social y ecológica de la propiedad’, bebe directamente de los marcos conceptuales del conservadurismo estadounidense que obstaculizaba la lucha por los derechos civiles de la población negra -en el caso más extremo- hasta la estupidización colectiva que hoy representa el Trumpismo. La idea difundida en la franja del rechazo que la nueva Constitución crearía chilenos de segunda clase –en oposición a la nueva ‘elite’ indígena– ilustra el manantial ideológico del que proviene el rechazo -en sentido amplio- al trabajo de la Convención Constitucional. Se trata de un modo particularmente estadounidense de encarar la discusión pública, en base a etiquetas rápidas, frases publicitarias y encadenamientos lógicos superficiales. Su adopción sin más por voceros que uno podría encontrar en una sala de clases universitaria, habla del desfonde intelectual de un sector importante de la oligarquía chilena -y del desfonde cultural de un modo de ser chileno.
Por otra parte, la surgencia en el debate constitucional de conceptos como los antes indicados desbordó también los marcos de la postmodernidad, la última novedad intelectual de la que se enteró la elite chilena allá por los años 90. Reducidas las demandas sexo-genéricas, indígenas, ambientales a meras reivindicaciones simbólicas/inmateriales, el debate de la Convención Constitucional demostró su vitalidad y materialidad. No como un lujo propio de ‘sociedades avanzadas’, sino como requisito indispensable para mejorar la vida cotidiana.
El desarrollo y cristalización de estas ideas en conceptos y normas de rango constitucional no ocurrió de la mano de tal o cual autor, pensador o profesor. Ocurrió durante las últimas décadas en miles de discusiones de pasillo, en reuniones de partidos y movimientos políticos marginales y marginados, seminarios de baja concurrencia, charlas estudiantiles y marchas esporádicas. Y ocurrió fundamentalmente en la dificultad creciente de sostener condiciones de vida que la mayoría considere dignas.
Estos debates, que en su década más intensa manifestaron parcialmente en quiebres y convergencias de organizaciones políticas emergentes, contrastan con la pereza conceptual de los partidos y think tanks de la derecha y la Concertación conservadora. Meros repetidores de caricaturas foráneas, sin actualidad ni contexto. Como extremo de la decadencia, han formado la versión chilena de la asociación nacional del rifle de Estados Unidos. Este contraste es una brecha inaccesible para el pensamiento hegemónico: cómodo, arrogante y ahora peligroso.
Pero más allá del resultado del 4 de septiembre, Chile se politizó y debatió en el proceso de educación cívica masivo más importante de su historia. Un acto de creatividad y coraje colectivo que elevó la discusión nacional al llevarla a cada celular y cada casa. La contribución del “decano”, Warnken et al. y el espectro nostálgico de la transición fue estupidizar el debate. Por el bien de Chile, ojalá fracasen. En cualquier caso, el trabajo de la Convención Constitucional deja un fértil legado de ideas y conceptos que condicionarán los marcos de la discusión pública por décadas.
Equipo Revista Entorno
1 Comment
Felicitaciones a esta nueva revista, espero seguir contando con columnas asi de inteligentes para enriquecer nuestro acervo cultural, como ciudadano informado!! Gracias Revista entorno!!