Cooperativa de Economía Feminista Desbordada
Este sistema de capitalización individual desconoce que todas aquellas personas que pueden trabajar remuneradamente lo hacen, justamente, gracias a toda una red de cuidados y trabajos domésticos invisibilizados que gestionan las condiciones necesarias para que así sea, de la cual las mujeres somos protagonistas.
Cooperativa de Economía Feminista Desbordada
E l sistema de AFP sólo se ha logrado sostener hasta el día de hoy gracias a la mezquindad y el poder de las pocas personas defensoras de dicho experimento chilensis, ideado por el hermano del actual presidente de la república e impuesto en plena dictadura militar. A pesar de lo anterior, observamos que es un sistema cada día más difícil de sostener porque la calle, hace muchos años, declara como una de sus demandas centrales un verdadero sistema de seguridad social, discurso que llega a instalarse de manera definitiva en el estallido social de octubre, y que no cederá hasta que la dignidad se haga costumbre.
Sólo desde esta premisa se puede entender que un sistema que paga $71.382 o menos a la mitad de las personas recién pensionadas (mes de Julio, 2020) pueda seguir en pie, siendo la situación de las mujeres aún más grave, ya que la mitad de aquellas recién pensionadas recibe $34.401 o menos como pensión autofinanciada. Este sistema reproduce pobreza, genera hambre y cosecha indignación.
Hoy se continúa tramitando en el Senado la reforma previsional promovida por el gobierno de Piñera, que profundiza el sistema de capitalización individual, al proponer un aumento de la tasa de cotización en 6 puntos porcentuales (pasando de 10% a 16%), destinando 13 puntos a las cuentas individuales, y sólo 3 a un sistema colectivo solidario.
Ante este complejo escenario, la mirada de la economía feminista se vuelve imprescindible para entregar un diagnóstico amplio y encontrar salidas a este sistema agonizante. En un nuevo estudio de Cooperativa Desbordada “La crisis del sistema de pensiones chileno: una mirada desde la economía feminista”, se abordan diversas dimensiones de este problema, planteando que no se mejorará simplemente con aumentos en la tasa de cotización, modificaciones a las tablas de mortalidad o con la postergación de las edades de jubilación, dado que nos enfrentamos a una crisis estructural que se origina en las bases y concepciones mismas del modelo.
Una primera gran crítica que se hace desde la economía feminista es que no se considera el trabajo doméstico y de cuidados como una labor digna de recibir una pensión. Esto permite -y avala- que una mujer que trabaja durante toda su vida de manera no remunerada, no tenga acceso a este sistema, sino solamente a una Pensión Básica Solidaria (cumpliendo una serie de requisitos), o a reconocimientos absolutamente insuficientes como el Bono por Hijo, que dejan en la más absoluta precariedad a quienes realizan estas labores.
Esto se puede observar incluso en materia semántica, ya que dentro de las definiciones formales se plantea como “pilar contributivo” aquel compuesto por las cotizaciones del mercado laboral, diciendo en otras palabras, que cualquier otra labor no contribuye a este sistema.
Esto nos lleva a una segunda crítica desde la economía feminista, y es que este sistema de capitalización individual desconoce que todas aquellas personas que pueden trabajar remuneradamente lo hacen, justamente, gracias a toda una red de cuidados y trabajos domésticos invisibilizados que gestionan las condiciones necesarias para que así sea, de la cual las mujeres somos protagonistas. En otras palabras, se basa en un supuesto irrealista de autosuficiencia.
Según el citado estudio, esta realidad se constata al observar datos de la Encuesta Nacional de Uso del Tiempo (ENUT), que demuestra que, si se comparan hogares unipersonales y bipersonales sin hijas/os, mujeres con pareja realizan casi 10 horas más de trabajo doméstico, independiente de su condición laboral, que las mujeres sin pareja. Por su parte, los hombres con pareja presentan 2 horas menos de trabajo doméstico semanal que los hombres solteros, lo que constata claramente cómo los trabajos no remunerados subsidian al mercado laboral.
Finalmente, una tercera crítica que se realiza desde esta disciplina es que el sistema de AFP asume que quien cotiza es una persona con un ciclo de vida no representativo de la realidad de las mujeres y de quienes se dedican a estos trabajos. El modelo y las personas que lo defienden asumen que es posible tener una vida laboral estable e ininterrumpida hasta el momento de su jubilación, culpando a las personas que tienen lagunas laborales o baja participación en el mercado por tener bajas pensiones. Sin embargo, nuevamente el observar datos de uso de tiempo entregados por la ENUT es esclarecedor: al considerar los trabajos no remunerados por grupo etario, se constata que las personas, en especial las mujeres, trabajan en todos los momentos del ciclo de vida, y no se jubilan de sus funciones en ningún momento. Incluso después de los 70 años, éstas siguen trabajando hasta 40 horas semanales, casi una jornada laboral completa.
Si bien las mujeres registran salidas del mercado laboral, es decir, presentan lo comúnmente conocido como lagunas, al observar todo el tiempo de trabajo que realizan sin pago ni reconocimiento, es claro que estos espacios no debieran ser entendidos como ausencia de carga laboral, por lo que se afirma que las lagunas, en realidad, no existen, al considerar una noción de trabajo más completa e integral.
Es gracias a los movimientos sociales, como el movimiento feminista y aquellos que abogan por NO + AFP, que hoy nos encontramos en un momento excepcional como país, en un contexto constituyente en el que se torna una urgencia el avanzar hacia la construcción de un verdadero sistema de seguridad social que deje atrás la individualización del problema y que dé paso a uno basado en la solidaridad y el reconocimiento de todas aquellas labores que permiten poner en el centro la sostenibilidad de la vida.