Por equipo Revista Entorno
Y a lo denunciaba el barbón en el Dieciocho brumario de Luís Bonaparte. La proclama inconclusa o -peor aún- cercenada de las llamadas democracias liberales. La declaración altisonante de importantes libertades y derechos: la libertad de asociación, de prensa, o el derecho a la educación, a la vivienda o a la salud. Textos escritos en prosa que elevan principios inherentes a la dignidad humana a lo más alto de la pirámide normativa, solo para dejarlos caer, sin vergüenza, en la frase siguiente: “en virtud de la ley”, “que no se oponga a las buenas costumbres o al orden público”. Y de este modo, en pocas palabras, queda consumado el crimen. La declaración de un derecho fundamental y su negación inmediata antes de culminar el párrafo.
La tentación leguleya y tecnócrata de sustraer el poder constituyente del órgano electo y reinterpretarlo en favor de los poderes fácticos será explícita y velada. Un llamado al sentido común en los grandes medios o la redacción inocente de un asesor constituyente. Tras los inesperados resultados del 15 y 16 de mayo, está será la verdadera batalla constitucional. Perdida la oportunidad de los grandes poderes de redactar una Constitución a su imagen y semejanza, su objetivo será reconducirla. Llevarla a los cómodos despachos legislativos, dónde podrán a gusto retomar su iniciativa.
El desafío de nuestras y nuestros constituyentes no será menor: una Constitución completa. Una Constitución que zanje la discusión de nuestros derechos y la organización del poder, y que bajo ningún motivo derive la discusión, la interpretación o el detalle al poder legislativo o burocrático. Una Constitución que no se vuelva contra sí misma.
Equipo Revista Entorno