Ignacio Fouilloux, Fundación Decide
"La industria del salmón llegó a Chile con 3 promesas: ser una alternativa a la sobreexplotación pesquera, ser una fuente de alimentación de alta calidad biológica, además de barata. Y, en tercer lugar, ser una industria respetuosa de los derechos de los trabajadores. 40 años lleva la salmonicultura desarrollándose, y ninguna de las 3 promesas se ha cumplido."
Juan Carlos Cárdenas
¿ Cómo fuiste desarrollando tu activismo contra la industria del salmón?
Soy descendiente de chilote, y por ello he mantenido un vínculo con las tierras australes. Más tarde, comencé a estudiar veterinaria en la Universidad de Chile, con miras a aplicar mis conocimientos en comunidades. Estando en la universidad, participé en la formación de la Agrupación Cultural Universitaria (ACU), que funcionó como un espacio de reunión, de reflexión política, de actividades de extensión cultural, y que, a fin de cuentas, en periodo autoritario, intentó mantener vivo el espacio universitario y la organización estudiantil. Más tarde, formamos en Antumapu los talleres de ecología, lo que coincidió con la llegada de un agrónomo francés Michel Etienne. Él generó un cambio absoluto, pues llegó con nuevas ideas desde Francia, como las formas alternativas de producción, el ecologismo, etc. Posteriormente, y en una modalidad más militante, ingresé al Comité de Defensa de la Flora y Fauna (CODEFF), que era una pequeña organización de resistencia a las políticas de la dictadura y sus impactos negativos en el medio ambiente. A partir de esta organización, me empecé a involucrar con los mamíferos marinos, pues realicé mi tesis en ello y era un área inexplorada desde el punto de vista de la conservación. Consideraba que los mamíferos marinos eran el emblema de todas las consecuencias de la expansión extractivista en dictadura, como la pesca industrial, por ejemplo. Posterior a ello, empecé a trabajar con pescadores de la Región de Coquimbo, conocí la Antártica, Juan Fernández, pero siempre vinculado al mundo pesquero artesanal. Me adentré de lleno en la organización de los trabajadores, y en la conservación con las comunidades locales. Más tarde, ingresé a la organización internacional Greenpeace, a una campaña sobre la protección de los océanos. Sentía por aquella época que era una oportunidad para cambiar la visión norteamericana de Greenpeace, y dotarla de contenidos y visiones latinoamericanas. Empezamos a tematizar la democracia, la participación ciudadana, el control social de los recursos naturales. Hubo un cambio de liderazgo en Greenpeace en algún momento, a partir del cual muchos migramos y creamos el centro Ecoceanos, espacio donde pudimos aplicar toda la experiencia adquirida en Greenpeace: el trabajo comunitario, el trabajo de campaña, el trabajo de lobby frente a los gobiernos, etc. Como Ecocéanos nos empezarnos a vincular con los pescadores artesanales, y con la CONAPACH, principalmente. Empezamos a realizar un trabajo híbrido.
¿Híbrido por el hecho de vincular su experiencia adquirida en el trabajo sindical y organizaciones pesqueras artesanales con el “campañismo” de Greenpeace?
Exactamente. Desde Ecocéanos, desarrollamos muchos trabajos en América Latina, en cuanto a los impactos de las pesquerías. Tomamos la información nacional e internacional, y hacemos la traducción a las comunidades, para que estas puedan dar un contexto global a las disputas locales. Y avanzar en la gestión colectiva de sus entornos. Las disputas no deben ser, a mi parecer, sólo locales. Deben ser internacionales, pues el poder opera globalizadamente. Las peleas nacionales se tienden a perder, pues el entramado global las estrangula.
Condiciones de instalación de la industria en Chile
Adentrémonos en la industria del salmón, que hace más de 10 años ha sido foco de su activismo ambiental. A modo de contexto, ¿podría hacer referencia a las condiciones políticas, jurídicas y económicas de la instalación y desarrollo de la industria del salmón en Chile?
Lo primero es decir que la salmonicultura chilena es hija de la dictadura y de su proyecto: aumentar la inversión extranjera y abrir el país en el uso y explotación de sus recursos. La industria salmonera se desarrolló bastante en dictadura a partir de la entrada de compañías noruegas y japonesas, las que empezaron a comprar los pequeños emprendimientos salmoneros chilenos, que, con apoyo del Estado, habían emergido previo a los años ochenta. En plena dictadura militar, el camino estaba marcado: había condiciones biofísicas en las aguas australes para el cultivo de salmones, había apoyos financieros, había un acceso a miles de toneladas de harina de pescado para alimentar salmones, había acceso gratuito al agua dulce y el borde costero, había condiciones tributarias favorables, había mano de obra masiva, barata y no sindicalizada disponible, había subsidio a la mano de obra, pues las empresas se ubicaban en zonas extremas, y el país estaba abierto a los mercados internacionales. Estaban todas las condiciones para el despegue de la salmonicultura. Muchos de los empresarios pesqueros de la Región del Biobío se dieron cuenta de que en esta industria había una oportunidad de negocio, pues podían transformar sus pescados en “peces de lujo” exportables. Por ello, muchos de ellos invirtieron en este rubro. Ya entrando en los años noventa, la industria creció exponencialmente, llegando hasta el año 1994, donde Chile ya era el segundo productor mundial de salmón de cultivo, luego de Noruega. Desde la década de 90´, la industria productora de salmónidos de cultivo se convirtió en uno de los principales sectores de la economía exportadora de Chile, después de la minería, la actividad forestal, la pesca y la agricultura intensiva. De esta manera, a la industria del salmón no se la puede comprender sin el Estado, pues no es una industria pujante por la acción única de las iniciativas privadas.
La salmonicultura se ha desarrollado con el camino que le ha pavimentado el Estado, el que, por lo demás, ha activado salvatajes en las múltiples situaciones de crisis que ha padecido la industria.
Exactamente. El Estado ha apoyado con ordenamientos jurídicos, con infraestructura, con subsidios, luz verde en el acceso a recursos naturales. La mayor crisis que ha habido es la del virus ISA, entre el 2007 y el 2009, generando un gran shock laboral en Chiloé por los despidos masivos, y devastándose, además, a la industria por la pérdida de 350.000 toneladas de salmón atlántico. Hubo una pérdida de 26.000 empleos regionales tras la crisis del ISA. La industria estaba, en aquella época, alcanzando un peack de 800.000 toneladas, siendo el objetivo llegar a 1.000.000 de toneladas anuales, objetivo que, sin dudas, hubiera sido alcanzado si no fuera por la propagación del virus ISA. Todo esto implicó para el rubro un costo de 5 billones de dólares, que, en parte, lo asumió el Estado: tuvo un salvataje estatal de 450.000 millones de dólares, que el Estado se los puso en el bolsillo a las grandes empresas, para que no quebraran. Dinero con aval del Estado, que hasta el día de hoy no ha sido devuelto.
La segunda crisis fue financiera, en el 2014 y 2015, fue consecuencia de una sobreproducción de salmones, que hizo caer los precios internacionales. Cuando hay escasez, suben los precios internacionales, y ahí la industria empieza a producir de forma desregulada, multiplicando sus ganancias. Luego, se va saturando ese mercado, y comienza un nuevo ciclo. Esta es una industria cíclica y variable, según el compás de las tendencias de los mercados internacionales.
La tercera crisis es la que acaba de ocurrir, en el 2016, con el Bloom de algas tóxicas, que generó una mortandad de 27 millones de salmones. Como sabemos, esa mortandad, con autorización estatal, se vertió en las aguas de Chiloé. Ante esto, se organizó la llamada “Comuna de Chiloé”: Por 18 días, la comunidad de Chiloé se tomó su isla, cortó los accesos, empezaron a deliberar en las asambleas sociales sus temas y no los que le imponía el Estado, la industria ni los partidos políticos. Silenciosamente, hace tres años atrás, la industria llegó a 940.000 toneladas, aprovechándose de que el precio internacional del salmón, luego de la crisis socioambiental de Chiloé del 2016, estaba altísimo, dado que cayó en un 20% la producción de salmón chileno.
Por lo tanto, hasta las situaciones de crisis ambientales y económicas la industria salmonera las suele gestionar a su favor, haciendo crecer sus utilidades.
Luego de la crisis del año 2016 en Chiloé, nunca la industria había tenido precios internacionales para el salmón tan altos, superando los 7 dólares por libra de salmón. Por lo tanto, cada crisis opera en favor de la industria. La industria se reorganiza, se concentra más, y también elimina mano de obra que ya no le es funcional. Ahora requiere trabajadores más capacitados, pero tampoco está dispuesta a pagar mayores salarios. Los empresarios están pidiéndole al Estado que les coloque la diferencia, y con eso los trabajadores ganan lo que ganan. Las empresas pagan el sueldo mínimo.
Entonces, el proyecto “desarrollista” de la industria del salmón no sólo es imposible sin el apoyo estatal, sino que, además, no logra cumplir con las “promesas” de empleo digno.
En los ochenta, la industria del salmón llegó a Chile con 3 promesas: en primer lugar, iba a ser una alternativa a la sobreexplotación pesquera, pues ahora los peces se cultivarían, no se extraerían. En segundo lugar, iba a ser una fuente de alimentación de alta calidad biológica, y, además, barata. Por lo que contribuiría a la lucha contra la desnutrición y malnutrición. Y, en tercer lugar, iba a ser una industria respetuosa de los derechos de los trabajadores, con trabajo decente, por ser una industria con capitales noruegos. Se sostenía como una industria amigable y sustentable. 40 años lleva la salmonicultura desarrollándose, y ninguna de las 3 promesas se ha cumplido. Con respecto a lo primero, es un elemento más de presión a las poblaciones pesqueras, pues se extraen peces para generar la harina de pescado con lo cual se alimenta a los salmones. Y es una industria que, además, se espera duplicar para el 2030 en Chile. Con respecto a lo segundo, en cuanto a la alimentación, el 98 % de la producción de salmón y trucha en Chile se exporta. Aquí queda solo el 2%, pues Chile es un mero enclave productivo que está armado en función de los requerimientos de la demanda internacional. Por lo tanto, no se garantiza la alimentación nacional. Y con respecto al último punto, en cuanto a trabajo decente, puedes ver que, en territorios salmoneros, la mayoría está en la línea de la pobreza, los salarios se inflan a costa de bonos de producción, que implica la explotación de los trabajadores. La mayor parte de los trabajadores está ganando, en promedio, 400.000 mil pesos al mes, en zonas que son caras. Además, con las crisis sucesivas, se generan despidos de trabajadores, por lo que tenemos un ejército de cesantes en la Décima Región, que es la mano de obra disponible y que mantiene los salarios bajos. Y finalmente, abundan los llamados contratos por “obras y faenas”, o sea, eres contratado por 3 o 4 meses, en temporada de cosecha de salmón, y luego eres despedido, obligado a migrar a otros rubros y luego volver.
Estas tres promesas, incumplidas a su parecer, son posicionadas con relatos épicos de parte de la salmonicultura. La investigadora chilena Beatriz Bustos habla en un artículo acerca de un discurso realizado en el año 2008 por César Barros, quién fue presidente de Salmón Chile, el gremio empresarial de la industria. Barros señaló en dicha instancia que la historia de los “salmoneros” en el sur de Chile es homologable con la historia de Pedro de Valdivia, por embarcarse en los ochenta a un negocio incierto y desconocido. Finaliza diciendo “Somos del sur, sabemos de tempestades y mares difíciles, ¡Somos salmoneros!”.
Totalmente de acuerdo. La industria cree tener misión evangelizadora. Vez que hablas con empresarios salmoneros el discurso es el mismo: “traemos desarrollo y modernidad a comunidades que estaban fuera de estos procesos”. Son una suerte de “evangelizadores de la modernización”. Un dirigente salmonero, en un discurso tras el virus ISA, dijo: “La industria no es culpable de nada aquí. Todo lo contrario, trajimos el desarrollo a ustedes que vivían en la Edad de Piedra”. Queriendo decir, en el fondo, que vinieron a sacar a los chilotes de las cavernas.
Impactos de la industria del salmón
Hablemos sobre los impactos ambientales, económicos y sociales del despliegue de la industria del salmón en territorios como Chiloé, Aysén y Magallanes. En el fondo, ¿qué se encuentra bajo el “milagro económico del salmón”, que con tanta rimbombancia ha sido alabado por la élite política y económica?
Los impactos son innumerables y de gran magnitud. Sólo en términos ambientales, puedo reseñar varios. Hay una pérdida de la calidad de las aguas debido a la contaminación química y orgánica donde se instala la industria. Contaminación en el borde costero, en ríos y lagos. Hay contaminación orgánica por al fecas de los salmones concentrados en altas densidades en los centros de cultivo, y, además, contaminación por los alimentos no consumidos, lo cual se decanta en los fondos marinos. En segundo lugar, se introducen enfermedades exóticas, virales, bacteriales y parasitarias. En 25 años, la industria ha introducido más de 20 enfermedades en las aguas del país, principalmente a partir de la importación de ovas contaminadas de países como Islandia y Noruega. Por falta de sistemas de control eficientes, tenemos estas 20 enfermedades que ya no se van y se incorporaron al patrimonio acuático nacional. Por otra parte, se encuentra el empleo indiscriminado de antibióticos, antiparasitarios, antifúngicos, pinturas antifouling y desinfectantes. Todo este cóctel va a parar al medio marino, teniendo un impacto destructor sobre las especies filtradoras, de las cuales depende la pesca artesanal y las comunidades para su actividad económica y su alimentación. La industria del salmón genera, además, periódicos escenarios de florecimientos algares tóxicos, pues los salmones generan esta contaminación orgánica por concepto de fecas y alimentos, lo que se descompone y aumenta la cantidad de fósforo y nitrógeno, que son los gatillantes de la floración de algas tóxicas. Si esto se une con el cambio climático, el aumento de la temperatura del agua, el aumento de la radiación, el aumento del oxígeno en el agua, se atenúa el florecimiento algal nocivo (FAN). Otro efecto ambiental es la sobreexplotación de las pesquerías pelágicas para la alimentación de salmón. No olvidar que se requieren entre 3 a 5 toneladas de peces (jurel, anchoveta, sardina), convertidos en harina de pescado, para producir una tonelada de salmón de exportación. Económicamente es una irracionalidad de gastar 3 para producir 1.
Y es irracional desde el punto de vista de la seguridad alimentaria, además. No tiene sentido emplear especies de pesquerías en riesgo, para producir un “pez de lujo” que no se consume mayoritariamente en Chile, y que no tiene valores nutricionales tan superiores a estas especies nativas.
Exactamente. Otro efecto devastador es la alteración de las cadenas tróficas y la destrucción de los ecosistemas locales. Hay escapes masivos de especies carnívoras como el salmón. Ahora último, se escaparon 900.000 ejemplares hacia el seno de Reloncaví. De ello, se ha recuperado sólo el 5,7%. Estos salmones que se escapan consumen las especies locales a destajo, principalmente puye, que es un pez en peligro y endémico del sur de Chile, y que es esencial para la pesca artesanal. Los salmones arrasan con los peces juveniles de róbalo, de merluza, de pejerrey. “Se los hacen chupete”. Además, los salmones escapados, que son especies exóticas y que son una plaga, no se pueden pescar, pues las autoridades no quieren, pues los empresarios salmoneros ganaron en la Corte Suprema una queja que dice que el salmón, aunque escape, es propiedad privada, y por lo tanto los pescadores no pueden acceder a ello. Se está peleando para que se abra una pesquería artesanal de salmón, pero la industria está bloqueando ese proyecto, pues haría caer el precio del salmón en el mercado interno. Finalmente, el último efecto ambiental que quiero comentar es la eliminación de mamíferos silvestres. Esta es una industria campeona en eliminar lobos marinos y aves que van a alimentarse en las balsas de cultivo de salmón. Hay proyectos estatales para permitir la caza de lobos marinos y con ello proteger la industria de estos predadores naturales.
Funcionarios de empresas salmoneras van a las colonias reproductivas a asesinar lobos marinos, tal como lo catastró un estudio realizado por Marcel Claude en el año 2000.
Y es una realidad que sigue sucediendo. Van a echar petróleo al agua, para luego prenderlo y quemar lobos. Y lo interesante de ello, es que estamos investigando posibles alianzas de la industria del salmón con la Marina de Chile, pues se ha empleado armamento militar en la caza de lobos marinos.
¿Podría hacer referencia a los impactos económicos de la industria?
En primer lugar, se encuentra la generación de periódicas crisis sociales y laborales, al desbordarse los estándares sanitarios y ambientales. Esto termina con miles de despidos de trabajadores, y con billonarios salvatajes estatales a las empresas. Los subsidios del Estado son permanentes. Estamos investigando el Programa Meso Regional Salmón Sustentable. Entre el 2017 y el 2018, el Estado ha destinado 100 millones de dólares en subsidios a la industria salmonera para sus proyectos. Todo esto se hace a través de CORFO, o de manera opaca. Los que controlan CORFO, desde el gobierno de Bachelet, han sido operadores que han trabajado en la industria salmonera, y que han quedado a cargo del programa de apoyo a la acuicultura. “El gato administrando la pescadería”. En segundo lugar, hay competencia con la pesca artesanal y con los recolectores, al excluirlos del borde costero. En tercer lugar, está la degradación del patrimonio paisajístico. Son impactados todos los operadores de turismo de Aysén, Chiloé y Magallanes. Sobre todo, Magallanes, pues casi la mitad de su actividad depende del turismo.
Por otra parte, hay que considerar las altas tasas de accidentabilidad de la industria del salmón, y las altas tasas de mortalidad de trabajadores por los precarios estándares de seguridad.
Nosotros ahora estamos terminando un trabajo, que arrojó que, entre el 2012 y el 2018, ya van 18 muertos oficiales que hemos registrado. También estudiamos el periodo previo a la crisis del virus ISA, que es la mayor etapa de expansión de la industria, habiendo un trabajador muerto al mes. Ahora, como está el proyecto de alcanzar 1 millón 200 toneladas, de duplicar la producción, hay 18 trabajadores muertos oficiales. Son principalmente buzos, por las malas condiciones. Los buzos son los fusibles, los factores más sensibles, pues no están organizados sindicalmente. Chile es el país de todos los productores mundiales de salmones que tiene los más bajos salarios y las más extensas horas de trabajo. Además, la industria viola todos los derechos desde el punto de vista del género, a las “madres salmoneras”. Muchas plantas no tienen salas cunas, por ejemplo.
Sobre todo, una industria tan feminizada como la industria salmonera, en donde cerca de un 60% de los trabajadores de las plantas de procesamiento son mujeres. Ellas son la población más vulnerable a las precarias condiciones laborales de la industria.
Además, hay un doble estándar de las compañías transnacionales, de las compañías noruegas. Hay despidos a trabajadoras embarazadas, o de dirigentes sindicales embarazadas, y esta práctica la permite la legislación laboral. Por estos despidos, una vez fuimos a hablar con el embajador de Noruega en Chile, y le preguntamos: “¿ustedes podrían hacer esto en Noruega?”. “Cómo se le ocurre”, me dijo. “Lo hacemos en Chile porque su legislación lo permite”. “Nosotros en Chile somos los mejores chilenos, pues cumplimos al pie de la letra la ley”. “Si quieren que no pase eso, cambien la ley”. Entonces, industrias transnacionales que no pueden hacer eso en sus países, lo vienen a hacer acá. Nosotros, desde Ecoceanos, estamos instalando el concepto de “salmones de sangre”, pues los salmones están asociados a una alta mortalidad de los trabajadores que los producen. Es una metáfora adaptada de los “diamantes de sangre”. Esto lo emplearemos en los mercados internacionales, para que la gente sepa lo que está comiendo o cómo se produce.
Otro tema en torno a la industria y sus impactos negativos, son los perjuicios a la salud humana.
Así es. Chile ocupa 700 veces más antibióticos por tonelada que Noruega, siendo que Noruega produce el doble de Chile. Además, nuestro país emplea la mayor cantidad de parasitarios para el combate al calligus, que es el piojo del salmón. Al salmón se le realizan baños en estos químicos, los que luego dan a parar al fondo marino y al cuerpo de los consumidores. También está el uso masivo de pinturas antifouling, que es un biocida para impregnar las redes y evitar la adherencia de especies marinas. Eso es un biocida que está hecho a base de metales pesados, y que se acumula en las aguas. Tienen un impacto en la salud humana, en las comunidades adyacentes a esas áreas. En cuanto a la salud pública está el tema de la resistencia bacteriana en humanos. Chiloé es un laboratorio desde el punto de vista de la resistencia bacteriana, que no ha sido investigado pues al Estado no le interesaba que se supiera esa realidad. Felipe Cabellos Cárdenas, que es un médico que trabaja en el New York Medical College, viene todos los años a Chiloé. Ha aumentado en un 10% de resistencia a escherichia coli, que es el agente de patologías como las infecciones renales y respiratorias en Chiloé, lo que ha sido estudiado en el hospital de Castro. La única fuente de resistencia bacteriana es la industria salmonera.